“¿Qué fue de la levedad?” – se pregunta el periodista Philippe Lançon en el prólogo del libro de Catherine Meurisse – “la insoportable levedad del ser, cuando el ser ha sido lastimado hasta tal punto por el acontecer” .
La levedad es un valor que muchas veces subestimamos y que confundimos con la superficialidad. Italo Calvino, en sus Seis propuestas para el próximo milenio, pone la levedad como la primera de una serie de cualidades esenciales de la literatura, pero que podríamos extender a una teoría estética más general.
Calvino no habla de una levedad frívola, por el contrario nos dice cómo la levedad de pensamiento nos hace ver la superficialidad como más pesada y opaca. Decía Voltaire:
Il faut être léger come l’oiseau et non comme la plume
Es este tipo de levedad de la que nos habla, por ejemplo, la dibujante Catherine Meurisse en su hermoso libro La levedad, donde nos ilustra su viaje interior para recuperarse del trauma de ser superviviente de un atentado terrorista y volver a dibujar.
Siempre Calvino explica el humor «como lo cómico que ha perdido su peso corpóreo, para así poner en duda el yo y el mundo entero». Por esta razón para volver a dibujar con el humor que la define y que es su más profunda forma de expresión, Catherine necesita recuperar esa levedad de ser.
El camino que nos ilustra la autora, su personal recorrido interior que con mucho coraje nos expresa con tinta y acuarelas sobre papel, es claramente doloroso, tortuoso y confuso. Pero no son estas las principales emociones que nos devuelve el libro. Esa levedad Catherine la ha recuperado, el tiempo sana las heridas, lo percibimos pasando las páginas, en su trazo caricaturesco y en su humor.
Lo sentimos cuando notamos que poco a poco el color vuelve a las páginas y nos parece descubrir nuevamente, desde la mirada de Catherine, qué hermosos son esos colores: el lila del acanto, el verde de la vegetación, el rosa del atardecer sobre Roma. Lo sentimos cuando no podemos evitar reírnos en muchas escenas. Y vemos que el arte poco a poco también se desvela, no es un proceso inmediato – no es ese shock stendhaliano del que se hablaba en principio – es una cura homeopática, que funciona poco a poco.
Desde mi personal punto de vista creo que Catherine Meurisse no quiere, ni puede, darnos una única respuesta. Pero este es el mérito principal de su obra, dejarnos con preguntas, entre líneas podemos encontrar indicios que nos ayudan a hacer nuestras personales reflexiones, teniendo siempre en cuenta las muchas referencias literarias que en este libro la autora nos ofrece.
Hay un momento en el que Catherine como una Ofelia prerrafaelita se deja mecer por las aguas mientras habla de arte…. con una rana. Es aquí que comprende su necesidad de emprender un viaje “estético” . Y aquí también cita a una frase emblemática de El Idiota de Dostoiesky: la belleza salvará el mundo .
Pero, ¿es eso cierto? Si reformulamos esta frase como pregunta entendemos la intención indagadora de Catherine, que va más allá de su experiencia personal para abrazar un sentimiento colectivo frente a una realidad decepcionante y terrible. El libro invita cada lector a dar su respuesta.
Pienso por ejemplo en el capitulo, «El canto de Ulises» en Si esto es un hombre de Primo Levi, en el que el autor hace referencia a un verso de la Divina Comedia de Dante, es Ulises quien habla a su equipaje:
consideren su naturaleza humana, no nacieron para vivir como bestias, sino para seguir virtud y conocimiento.
En el campo de exterminio de Auschwitz, Levi repite y traduce estas palabras a su compañero de encarcelamiento al que estaba enseñando italiano, y por un instante se olvida de quién es y de dónde se encuentra.
Yo creo que la belleza, así como la cultura, tiene este poder: nos muestra la realidad desde una luz diferente, aunque sea por un instante.
Es un espectacular atardecer sobre los tejados de Roma, con un piano tocando de fondo, lo que despierta finalmente a nuestra autora. O como ella misma dice es
ver, ver el mar, los árboles, el cielo, una pintura, la luz.
Cuando la realidad con su horror nos hunde, perdemos la sensibilidad a la maravilla, quizás es una forma de autodefensa de nuestro cerebro para no encontrarnos otra vez desprevenidos. La belleza se hace insostenible porque no puede coexistir con la monstruosidad de nuestro entorno.
Pero llega un momento en el que recuperamos nuestra sensibilidad: cuando la belleza irrumpe en nuestro momento presente, entonces nos abruma y es inevitable. Cuando se depura de sus significados sobre-estructurales y se vuelve instante perceptivo.
Finalmente, si la belleza del arte se libera de su peso para hacerse un hueco en nuestra intimidad, entonces recuperamos esa levedad del ser que nos hace sentir en paz.
Humor y belleza, son dos expresiones de esa levedad que Meurisse nos invita a descubrir en su obra, y que nada tienen que ver con la superficialidad.
Calvino, efectivamente, asocia a la levedad también la la precisión y la determinación: es necesario mantener una mirada atenta y aguda hacia la realidad, ser leves no significa ser indiferentes.
Como decía el escritor:
Tomad la vida con ligereza, que ligereza no es superficialidad, sino deslizarse sobre las cosas desde arriba, no tener piedras en el corazón.
Con este hilo rojo entre las manos, seguimos con las propuestas de Calvino, hacía la segunda lección: la rapidez
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Del concepto de belleza como cura, hablé también cuando descubrí el arte del kintusgi japonés.