La Pajarera de oro ( de Barbara Fiore Editora) es un precioso libro del que quería hablar hace ya tiempo. Escrito por la increíble Anna Castagnoli y maravillosamente ilustrado por el artista belga Carll Cneut.
La magia de La pajarera de oro – o La verdadera historia de la princesa de sangre– está justo en su carácter de ambigüedad y misterio. Al abrirlo es como entrar en un sueño, en el que la línea que separa la realidad de lo onírico se hace cada vez más sutil. Quizás esto se deba a que formalmente y desde un punto de vista narrativo nos devuelve a la memoria de los cuentos tradicionales de un tiempo, esos que nunca pasan de moda y que aún nos hacen creer en universos fantásticos por descubrir.
Pero empecemos por el principio…
…Había una vez una princesa que se llamaba Valentina. De ella solo sabemos que era hija de un emperador y que era insoportable.
Tenía centenares de zapatos, sombreros y cinturones. Pero su verdadera pasión era coleccionar pájaros extraordinarios, poseía ciento una pajareras y las paredes de su habitación estaban cubiertas con los dibujos que la niña hacía de sus trofeos alados. Su irrefrenable inquietud se manifestaba cada noche en los sueños en forma de pájaros tan maravillosos como imposibles y, al despertar, el deseo era tan ardiente que Valentina no aceptaba privaciones. Sus sirvientes se apresuraban de un lado al otro del planeta buscando los preciados volátiles pero regresaban con las manos vacías: y…¡zas! Valentina ordenaba que les cortaran la cabeza.
Hasta que una noche se le presentó en sueños un pájaro muy particular, un pájaro que sabía hablar y que le susurró al oído palabras muy bonitas.
A la mañana siguiente Valentina no quería oír razones, ¡que le trajesen el pájaro que sabía hablar! Pasaron los días y saltaron cabezas, hasta que un joven prometió, a la caprichosa princesa, volver con el tan deseado pájaro solo si Valentina juraba no matar a nadie más. La niña aceptó y el astuto chico volvió con un diminuto huevo entre las manos, del que debía nacer el pájaro hablante. Valentina entonces se acostó con el huevo para darle calor y le hizo un nido con sus cabellos, quedándose a la espera de su eclosión…
Bueno, hasta aquí el resumen de la historia, pues no quiero desvelar el final 🙂 , solo puedo decir que no hay un desenlace único. El narrador, externo y omnisciente – una forma de contar que nos recuerda la oralidad de los cuentos tradicionales- nos asegura que es todo verdadero, pero que nadie sabe cómo acabó realmente. Hay tres suposiciones, será el lector quien elija la que más le pertenezca.
Anna Castagnoli – autora de un blog italiano fantástico sobre el álbum ilustrado y que tuve el placer de entrevistar el año pasado- tiene una sensibilidad estética y narrativa especial que emerge en todos sus trabajos, particularmente en La pajarera de oro, una historia con diversos matices de lectura.
Como en los cuentos tradicionales también en este caso podemos individuar dos planos de lectura, uno narrativo y uno simbólico.
Si buscamos la metáfora, entendemos que la autora nos habla del deseo, de la paciencia que es necesaria para conseguir nuestros propósitos y de cómo nuestras obsesiones se pueden transformar en jaulas que nos encierran . El huevo misterioso también se puede leer como metáfora de un nuevo inicio, de un cambio que necesita amor y perseverancia para conseguirse.
Sin embargo, los niños no entienden las mediaciones abstractas. Su formación pasa a través de la empatía y del imaginario que el cuento les estimula. Para ellos revivir la historia es hacer experiencia y probablemente verán en Valentina una niña caprichosa e infeliz, que encuentra su paz solo al comprender el valor de la paciencia.
Veo en este libro también un excelente ejemplo de la buena colaboración entre la autora y el ilustrador, una sintonía perfecta que ha dado vida a un mundo que parece tan real como el papel de las páginas que pasamos con nuestras manos. El estilo de Carll Cneut, que en sus orígenes flamencos encuentra las raíces de su propio arte, se caracteriza por un claroscuro, un cromatismo y un dibujo que nos devuelven a esos bosques del norte, poblados por seres mágicos y hechizados. Es un clasicismo en clave moderna, Cneut mezcla el realismo pictórico con los trazos más libres de un dibujo apenas esbozado o sin acabar, creando una dimensión onírica y suspendida.
El pajaro que habla, el más maravilloso entre todos, es solo el dibujo de una niña 🙂
El libro se hace portal hacia ese mundo de vegetaciones de un verde brillante, plumas doradas y grises melancólicos.
el verde , vivo y brillante, comparece en la paleta de colores del libro solo cuando Valentina descubre el huevo del pájaro que habla
Un aspecto que siempre llama mucho la atención en La pajarera de oro es la crueldad de la historia. Valentina, princesa sangrienta, es solo una niña, pero provoca terror a todos los que la rodean.
No obstante, no podemos evitar sentir un poco de ternura por este personaje, al fin y al cabo quién sabe qué condiciones la llevaron a ser tan caprichosa y cruel. Advertimos también su infinita soledad, siendo ella misma víctima de su incontrolable inquietud.
Pero desde el punto de vista de un lector pequeño, la historia tiene todo lo que le hace falta para ser interesante: intriga, criaturas extraordinarias (el misterioso pájaro hablante) y cabezas que vuelan (esto es algo que suele horrorizar más a los padres que a los peques).
Valentina me parece una versión infantil de la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas y con el cuento de Lewis Carrol veo también una similitud en la dimensión entre sueño y realidad. No hay que olvidar que la crueldad es un elemento que desde siempre ha sido un motor importante en el desarrollo de los cuentos tradicionales. Un tema realmente interesante que habría que profundizar. Por la red he encontrado este artículo de Victor Montoya sobre la violencia en los cuentos populares, en el que se menciona al psicoanalista Bruno Bettelheim:
La creencia común de los padres es que el niño debe ser apartado de lo que más le preocupa: sus ansiedades desconocidas y sin forma, y sus caóticas, airadas e incluso violentas fantasías. […] Que debería conocer únicamente el lado bueno de las cosas. Pero este mundo de una sola cara nutre a la mente de modo unilateral, pues la vida real no siempre es agradable.
[…] Las historias modernas que se escriben para los niños evitan, generalmente, estos problemas existenciales, aunque sean cruciales para todos nosotros. El niño necesita más que nadie que se le den sugerencias, en forma simbólica, de cómo debe tratar con dichas historias y avanzar sin peligro hacia la madurez.
Un cuento debe permitir entonces al niño resolver sus conflictos emocionales y desarrollar su fantasía en una dimensión que ellos saben ficticia.
Acabado el cuento se vuelve a la realidad, se cierra el libro.