El armario chino de Javier Sáez Castán es uno de los libros que más me ha sorprendido en estos últimos meses. Lo vi por casualidad en el puesto de ediciones Ekaré de la Feria de Bolonia, y me cautivó de inmediato por su forma diferente y su curiosa portada.

 

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Así que con esta publicación, entre lo mágico y lo filosófico, concluyo mi breve reseña de álbumes ilustrados que utilizan el diseño como herramienta expresiva. Después de ¡Escribir!, que nos habla del valor de las palabras y de la tipografía, y de El zorro y la estrella, que nos muestra las posibilidades comunicativas de la gráfica decorativa, hoy hablo de la forma del libro.

La elección del formato es una cuestión siempre muy espinosa. De esta dependerán los costes de impresión, por lo que las editoriales suelen ser prudentes y elegir formatos estándar, que permitan un mejor uso del papel. Pero todos sabemos que en el fondo un editor es un fetichista de los libros y hay ocasiones en las que se permite trasgredir 😉 . Es el caso de El armario chino, con su forma estrecha y esbelta el formato repite la geometría del objeto protagonista. Al abrir el libro es como si entráramos dentro del armario.

 

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Nos encontramos delante de una propuesta de lectura original y lúdica: se puede empezar a leer por los dos lados y la historia no cambia, es más, como en un palíndromo, podemos seguir leyendo al infinito, cada vez que llegamos a la última página damos la vuelta al libro y se empieza de nuevo. Las direcciones clásicas de lectura de izquierda a derecha carecen aquí de sentido, ya que la historia nos hace descubrir una dimensión nueva en la que el tiempo se dilata y multiplica, eliminando las palabras principio y fin.

Casi podemos considerar El armario chino como un ejercicio filosófico, que encuentra en la misma estructura del libro su mejor soporte.

El cuerpo del texto se expande sobre dos tiras de viñetas contrapuestas, de dos colores diferentes, una es roja y la otra azul.

 

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La historia que se desenlaza es la misma, aunque en direcciones inversas: el libro como objeto nos lo permite, solo hay que salir del clásico punto de vista en el que hay un derecho y un revés. Es un poco como investigar su “cuarta dimensión”.

En sí la historia es simple, retrata un día cualquiera de un matrimonio burgués, marido y mujer hablan frente a la chimenea, el hijo duerme en la habitación de al lado. Solo vemos tres espacios, el salón, el cuarto del niño y el baño. En cada tira, todo es del mismo color menos el armario chino, rojo o azul en oposición a su entorno. El contraste cromático se hace símbolo de lo extraño, de lo diferente, pero el lector, atrapado en una espiral sin salida, se da cuenta de que al final el mundo azul y el mundo rojo son un espejismo. Pasamos las páginas acompañados por un reloj de arena y aparentemente nada cambia.

 

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El armario chino es la puerta entre las dos dimensiones, en él se esconde el niño para luego reaparecer distinto, cambiado de color.

 

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En el prólogo (o epílogo) un anticuario nos cuenta un poco la historia de este misterioso objeto: una magnífica pieza de la dinastía Ming encontrada en un lúgubre barrio chino de San Francisco, a finales de siglo diecinueve.

El autor Sáez Castán dijo en una entrevista:

mis libros son como barracas de feria con prodigios y curiosidades

y, efectivamente, esta obra nos invita a investigar más allá de la frontera de lo real.

Así los libros pueden ser nuestras herramientas mágicas para explorar dimensiones diferentes o ver la realidad de desde otros puntos de vista (otra autora que experimenta en este sentido (como hace la autora  Suzy Lee en su Trilogía del limite de la que hablé por aquí).

Ya nos había avisado Lewis Carroll: lo interesante se esconde detrás del espejo, y la lectura nos lleva por el buen camino.

 

alice in wonderland

 

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