El otro día me tomé finalmente unas horas para irme a la biblioteca y ver si descubría algún nuevo libro interesante. Me llamó la atención desde la estantería un álbum de gran formato, ilustrado por Alessandro Sanna, de quien reconocí las hermosas acuarelas en la cubierta: El río (título italiano original Fiume lento. Un viaggio lungo il Po, en español editado por Libros del Zorro Rojo).
El Po es un largo río que cruza en diagonal la Italia septentrional, desde los Alpes occidentales hasta el Adriático, ligado profundamente a la cultura de las regiones que moja, por su valor simbólico, antropológico, histórico y económico.
Ya había oído hablar del libro de Sanna, que ganó el prestigioso Premio Andersen en 2014, pero nunca había tenido la oportunidad de ojearlo, así que se lo pedí a la bibliotecaria que enseguida me dijo “¡Ah! ese es un libro muy particular”, lo que obviamente estimuló aún más mi curiosidad.
Como me suele ocurrir, los libros nunca me llegan por casualidad. En este momento me estoy preparando para dejar Italia y me encuentro con un álbum de éxito internacional profundamente relacionado a la cultura de una Italia rural del norte, con sus cultivos infinitos, su niebla, sus colores brillantes en otoño, su luz en primavera.
De alguna forma el álbum me devuelve un imaginario en el que he crecido, aunque siempre haya sentido muy lejano, porque efectivamente mis raíces italianas son más de periferia que de campo. No es seguramente mi historia la que cuenta Sanna, pero hace eco en una cultura cinematográfica que conozco bien, pienso por ejemplo en el humanismo del director de cine Ermanno Olmi, con su atención a la vida cotidiana campesina y popular, el realismo mágico de Fellini, o en la célebre película Arroz amargo de De Santis y el neorrealismo más en general.
…el autor nos muestra la magia y el misterio que podemos encontrar en la cotidianidad de un estilo de vida simple…
…el nacimiento de un ternerito un día frío de invierno…
…la llegada del circo una mañana de niebla….
En el capítulo Verano, los ingredientes se mezclan para crear un relato surrealista: un tigre se escapa del circo y se encuentra con el pintor del pueblo que intentará fijar su espíritu salvaje sobre el lienzo (curiosidad: el cuadro existe realmente, se titula «Cabeza de tigre» y lo pintó en 1940 el artista Antonio Ligabue)
El tema central de esta obra es claramente el tiempo, en sus múltiples dimensiones interpretativas: el lector niño reconocerá y apreciará los ciclos de la naturaleza, mientras que el adulto descubrirá una dimensión más lírica e intimista
Y si el autor no ha considerado necesario utilizar palabras es porque el río tiene su propio lenguaje: el de las estaciones que pasan lentamente (pero a veces parece que vuelan) y el de la historia del hombre de la cual el río se hace testigo impasible. También el de la generosidad o rabia destructiva de la corriente de agua, que da la vida y si quiere se la toma.
Ni bien ni mal, ni bueno ni malvado, simplemente el necesario equilibrio natural. Alessandro Sanna en su comentario final dice: «la regla de los tercios aquí es fundamental para ver bien cómo están las cosas: un tercio de tierra y dos tercios de cielo, y cuando el río sube la proporción se invierte».
El ilustrador utiliza el agua también como materia prima creativa, sus acuarelas nos devuelven la voluntad del gesto, la inmediatez, así como la paciencia derivada de la prueba y del error. El color es nuestro segundo protagonista, una absoluta maravilla. Casi definiría El río una “narración del color”, que desde la primera a la última página – y entre las manos tenemos un libro bastante extenso para ser sin palabras- nos seduce y entretiene nuestra atención.
La obra de Sanna se ha realizado “cultivando un pedacito de mirada cada vez, en busca de resquicios de encanto, sedimentados con el tiempo», como nos cuenta el mismo autor, fruto de paciencia envidiable y de muchas horas de trabajo. Por eso el lector no puede eximirse del pasar las páginas del álbum sumido en el mismo estado de silenciosa y respetuosa contemplación del río, que en su curso nos cuenta sus historia.
En la edición española aparecen en la primera página unos versos de Borges, que sin embargo en la versión italiana no están:
mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perde mos como el río
y que los rostros pasan como el agua
Palabras muy acertadas, que sin ser didascálicas dan un marco filosófico a la narración y nos indican un punto de partida desde donde emprender el viaje y reflexionar. Yo personalmente aprecio cuando una mano sabia me indica en qué dirección ver las estrellas, y debo decir que la relación con Borges me parece interesante.
Luego es verdad que este libro está hecho de silencios, y en la edición italiana se ha preferido dejar una total libertad interpretativa abriendo la obra con las palabras del ya mencionado Olmi que bien adelantan estas intenciones: «no hay que derramar indiferentemente palabras sobre un folio blanco si no es necesario […]»
Efectivamente nuestro viaje no necesita palabras que lo expliquen, solo debemos dejarnos llevar por el fluir del agua, sentir su ritmo, prestar atención y escuchar. El ritmo es otro elemento fundamental en esta obra, que se estructura en cuatro relatos correspondientes a las cuatro estaciones.
(la «sagra» es la feria del pueblo)
Cada historia empieza con una ilustración de página entera y sucesivamente las imágenes se componen en secuencias de cuatro por página, como fotogramas de película. Volvemos otra vez al lenguaje del cine y ya no tengo dudas de que Sanna en El río haya querido homenajear el séptimo arte, con un código lingüístico híbrido que funciona (no es fácil no aburrir en más de cien páginas de solo imágenes). Con esta estrategia nos acercamos a la narración de una forma más experiencial y dinámica.
Si a mis ojos la historia es fuertemente identitaria de una tierra en particular, de la que reconozco el paisaje, la forma de las casas, la niebla, el pueblo, etc…al final se hace historia colectiva. Veo entonces en este álbum un excelente ejemplo del potencial de la comunicación visual-narrativa, que utilizando arquetipos, lenguajes icónicos y simbólicos, nos invita a explorar nuestro imaginario subconsciente y nuestra memoria colectiva.
Sin palabras damos un sentido a las secuencias de ilustraciones, percibimos emotivamente la variación de los colores, el vapor blanco del aliento en invierno, el brillo del agua bajo el sol en verano y, finalmente, conseguimos entender todo lo que el río guarda en su camino y nunca dice.