Nunca miro tanto hacia las estrellas como durante las vacaciones, y de mirar tanto al infinito uno acaba por perderse en sus mismos pensamientos. Es algo que no está nada mal, eso de dejar la mente libre de vagabundear de vez en cuando, un buen ejercicio de stretching para nuestra imaginación. Lo que pasa es que luego le coges el gusto y es difícil volver a la racionalidad de nuestro día a día. Así que, espero que me entiendas si mi primer post de septiembre es un poco diferente, necesito dejarme llevar un poco más por las invitantes corrientes de la inspiración antes de tirarme de cabeza a la rutina 😊.

 

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Como te decía, he estado mirando mucho el cielo, que en este agosto me ha regalado unas noches espectaculares, y es que no parece una casualidad que la lluvia de estrellas ocurra justamente en este mes: las vacaciones son el mejor momento para pedir deseos y dejarnos llevar por nuestras fantasías. Luego llega septiembre y parece que los colores se apagan, mientras que los sueños los guardamos en un cajón. Bueno, pues yo me rebelo a esa dictadura del calendario y he decidido escribir por aquí algunas sugerencias de lectura para que nuestros pensamientos sigan vagando entre las estrellas.

Empiezo por un bonito libro ilustrado, “¿A qué sabe la luna?”, de Michael Grejniec, todo un clásico de la literatura infantil, editado en España por Kalandraka.

 

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Un álbum que me viene a la mente cada vez que me quedo hipnotizada observando nuestro plateado satélite, porque está claro que todos nos hemos hecho la misma pregunta alguna vez ¿no? Grejniec nos muestra como un grupo de animales se las apaña para encontrar una respuesta a tan peliaguda duda.

 

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No hay luna inalcanzable si colaboramos, porque las cosas saben mucho mejor cuando se comparten…pero no quiero desvelar el final, que si te cuento aquí a qué sabe la luna, luego pierde toda la gracia.

El universo ha inspirado en el tiempo a pensadores, artistas, poetas, científicos y exploradores. Todos con la misma inquietud que los simpáticos animales de Grejnec: descubrir a qué sabe la luna, y las estrellas, y la tierra vista desde años-luz de distancia…

Pero el primero en absoluto que viajó a la luna fue el caballero Astolfo, héroe del Orlando furioso, poema épico de Ludovico Ariosto. Con la misión de recuperar el juicio de Orlando, loco de amor por la bella Angélica.

 

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Astolfo en la luna, De Barberis Michele

 

La luna de Ariosto es una esfera de acero inmaculado, conforme a la visión aristotélica del cielo y al ideal de orden cósmico que permeaba la época en la que escribió el autor. Pero es en la imaginación del escritor que percibimos todo el poder anticipador del arte.

Contemporáneo a Ariosto, Copérnico escribe su De revolutionibus orbium coelestium en 1512, y Galileo, inventa el telescopio en 1609, casi un siglo después del poema caballeresco. Es evidente como toda revolución necesite de su cantor: poesía y arte ayudan la ciencia porque tienen la sensibilidad y la intuición de mezclar la materia sin límites físicos y de crear correspondencias sensoriales que pueden inspirar las mentes más agudas. No hay saber más importante que otro y comprender esto me parece motivante para encontrar nuestro pequeño espacio y dar valor a lo que hacemos. Solo con el aporte de todos se puede llegar a la luna, como por cierto nos enseña el libro de Michael Grejniec.

 Es mirando hacia el cielo que el hombre ha empezado a hacerse preguntas, las estrellas son desde siempre las musas silenciosas que acompañan a quien tiene sed de saber . La misma filosofía nace con las cosmología, de kosmos, orden, y logos, discurso, así, «discurso sobre el orden», con el objetivo de descifrar la armonía que regla el mundo. Y, efectivamente, para que el hombre (en occidente por lo menos) aprendiese a apreciar también la desarmonía y el error se ha necesitado mucho tiempo.

Recuerdo aquí, como ejemplo, a dos cielos del arte muy famosos y totalmente diferentes, por una parte la hermosa bóveda celestial de Giotto, en la Capilla de los Scrovegni de Padua, por otra, uno de los nocturnos más impactantes de la historia del arte, la Noche estrellada de Van Gogh. Seis siglos separan el primero del segundo, dos formas de relacionarse con la realidad muy distintas. El cielo de Giotto elaborado a principios del siglo XIV es una metáfora del orden universal, de un universo perfecto y maravilloso porque imagen de su creador. Los cielos de Van Gogh tienen algo de estridente e imperfecto que paradójicamente nos los hacen más comprensibles, más humanos e incluso más reales, aunque el trazo emotivo domine por completo sobre el naturalista.

 

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 Capilla de los Scrovegni, Giotto, 1306

 

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Noche estrellada, Van Gogh, 1889.

 

Hoy en día también la ciencia reconoce en el error nuestro propio origen, como ha dicho el físico Guido Tonelli (uno de los descubridores del bosón de Higgs):

la forma de las cosas nace de la imperfección que rompió la simetría del principio

He reflexionado mucho sobre esta frase, y efectivamente vale para cualquier cosa, desde las artes a las ciencias, a nuestra vida cotidiana.

Y sin salir del territorio de la ciencia, mi última recomendación de lectura: Siete breves lecciones de física, de Carlo Rovelli, un fascinante librito en el que el autor, físico teórico de fama internacional, nos hace cómplices de su mirada curiosa. Un ensayo en el que física, filosofía y poesía, cohabitan de forma natural y nos ayudan a entender las cosas con más claridad. Termino con esta citación del autor:

Es lo que sabemos de la materia: un puñado de partículas elementales, que vibran y fluctúan de continuo entre el existir y no existir, pululan en el espacio incluso cuando parece que no hay nada, se combinan entre sí hasta el infinito como las letras del alfabeto cósmico para contar la inmensa historia de las galaxias, las innumerables estrellas, los rayos cósmicos, la luz del sol, las montañas, los bosques, los campos de grano, las risas de los niños en las fiestas, y el negro estrellado del cielo nocturno.

Y espero que este nuevo curso empiece de la mejor forma, con buenos propósitos, nuevas ideas y mucha ilusión (y un poco de depre está permitida claro, que al fin y al cabo se han terminado las vacaciones 😉 ). Pero sin estresarnos demasiado y sobre todo sin olvidar, de vez en cuando, volver a mirar las estrellas.

 

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Otro libro sobre cielos estrellados es El zorro y la estrella del que hablo por aquí

 

 

 

 

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