“¿Para qué sirve un libro sin imágenes?” se preguntaba Alicia en el País de las Maravillas.
Y se lo preguntaría cualquier peque que esté empezando a relacionarse con las lecturas.
Matilda, ilustración de Quentin Blake
Hubo un tiempo en que se pensaba que los libros con imágenes eran solo para niños perezosos, mientras se consideraba digno de orgullo el que pasaba rápidamente del libro infantil a la novela para adultos.
Hoy en día, la pasión por la ilustración infantil atañe también a los mayores, aunque, a veces, su interpretación del álbum se limite a un superficial “¡qué bonito!”.
Lo que muchas veces se pasa por alto, es que relacionarse con el libro ilustrado es una parte importantísima y necesaria del proceso formativo y de crecimiento. Sobre todo si queremos que los niños se vuelvan lectores curiosos y desarrollen una mentalidad flexible y creativa.
Como decía el filósofo Ernst Cassirer, el ser humano es un animal simbólico, que desarrolla su percepción principalmente a través de la vista: antes de empezar a hablar, el niño mira y aprende a reconocer las formas, a interpretar las luces o a interesarse por los colores. A lo largo de la vida, un individuo se crea su propia cultura visual y este proceso depende en larga parte de cómo nos hemos relacionado con las imágenes desde pequeños.
Las ilustraciones que acompañan un texto multiplican las posibilidades interpretativas del mismo: por una parte la palabra define una realidad objetiva y narrativa, por la otra las imágenes ofrecen una dimensión figurativa y alternativa del sentido, asignando una mayor cantidad de atributos al discurso.
Por supuesto que un libro solo con texto puede llevarte con la fantasía a cualquier dimensión te apetezca, y a crearte tus propias imágenes, pero esta capacidad depende, como decía antes, de cuanto hayamos desarrollado y enriquecido nuestra cultura visual. En un niño es un proceso todavía difícil de activar.
No hay que olvidar otro aspecto, y en mi opinión el más importante: la capacidad interpretativa de las ilustraciones. Es tal vez cuando las imágenes generan una cierta disonancia con el texto que se estimulan mayormente las capacidades cognitivas del niño. Ambos lenguajes tienen que dialogar juntos para generar nuevas perspectivas sobre la narración o el universo imaginado que a esta se asocia. De esta manera, los pequeños aprenderán a razonar e impulsar su espíritu crítico.
Caperucita Roja de Kvĕta Pakovska, ediciones Kókino
Caperucita Roja de Vanessa Milan, ediciones Doppiofondo
Por ejemplo, en las ilustraciones de arriba: las dos acompañan el mismo texto, un cuento universalmente conocido. Las palabras son las mismas, mientras que las imagenes son totalmente distintas, con cada una el discurso narrativo consigue un valor diferente y se abre a varias interpretaciones.
En definitiva, no hay que limitarse a juzgar un libro ilustrado evaluando la exacta correspondencia de las imágenes con el texto, sino entender el álbum infantil como un verdadero recurso fundamental para el aprendizaje para niños y – lo afirmo sin dudas – también para adultos.
las palabras evocan imágenes, las imágenes evocan historias, recrean mundos…
por cierto, la primera imagen es tuya?
me gusta!
beso abrileño 🌸
Si, es mia 🙂
Gracias!
:*